A diario me miraba en el espejo y entristecida pensaba en que yo no era la mujer perfecta, simplemente porque estaba gorda. Era difícil conservar la línea cuando los postres y las frituras me hacían sentir tan antojada, no era capaz de decirle que no a la comida y menos cuando era preparada por mamá.
Era raro, mi mente sabía que debía estar en forma para mantener el cuerpo que para los demás es el perfecto, porque es el que nos ha vendido la televisión, porque si las presentadoras o actrices no conservan sus 90 – 60 – 90 pues dejan de ser hermosas.
Fue entonces cuando tomé la decisión, empecé a comprarme cuanto producto encontraba para adelgazar, desde los que debía tomar en la mañana, hasta accesorios, geles y fajas que me prometían acabar con los kilitos de más. Pero nada servía.
No hacía mucho ejercicio al principio porque soy un tanto floja para hacerlo, pero no me podía dejar vencer por ello y empecé a manejar mi fuerza de voluntad, la manejé tanto y aprendí a controlarla que la use para acostumbrar a mi cuerpo a no comer.
Y fue ahí cuando empecé a dejar a un lado las harinas, el pan y los cereales; luego las verduras, la fruta y hasta las carnes, llegando finalmente a consumir únicamente agua.
Pasaron sólo 2 meses de esta rigurosa dieta del agua, y solo estos 60 días bastaron para desnutrirme, adelgace tanto que ya nadie me conocía, pero aun así yo no estaba feliz, pues algo andaba mal en mi espejo y yo seguía viendo el sobrepeso que tenia mi cuerpo.
Y entonces 3, 4, 6, 8 meses pasaron y yo estaba cada vez peor, andando en la oscuridad, sobre mis huesos y mi piel; me empecé a quedar sin cabello, pero eso no era lo peor, me empecé a quedar sin amigos, sin novio, sin familia, sin hogar. La gente decía que yo estaba obsesionada con mi cuerpo, que yo estaba loca.
Casi un año después de eso, me puse muy grave, desperté con cólicos fuertes, vomito extraño y debilidad, me desmayé y al despertar a mi lado estaba mamá. Mamá estaba llorando, se sentía fracasada por mi comportamiento, y yo testaruda que no caía en cuenta de la gravedad de las cosas.
Ahora tengo anorexia y ya llevo más de un año internada y no he subido nada de peso, tal vez ni siquiera puedo volverlo hacer; tengo estrés, tristeza y ganas de morirme, todo por querer ser lo que en la tele me pide que sea.
Ahora, cuando en vez de mejorar me doy cuenta que mi salud se sigue deteriorando reflexiono acerca de lo que hice y caigo en la cuenta de que ser mujer es maravilloso sin importar lo grandes o pequeños que sean tus pechos, que tan plano sea tu abdomen o que tan largo sea tu cabello, sino que eres y vales por lo que Dios te ha dado y de ti depende ser feliz con ello por encima del prototipo social que te quiera imponer aquel que te rodea. No dejes que la anorexia se apodere de ti, realmente son las puertas del infierno.
¡Quiérete, valórate mujer!