Al principio de una relación todo es hermoso… Salimos al parque tomados de la mano, nos divertimos, reímos y a veces hasta lloramos juntos, pues el amor está tan fresco y delicado que soporta cualquier intento de fracasar en los primeros años.
De novios las relaciones son hermosas, de casados ya la cosa cambia: La convivencia, mantener el hogar, pagar un arriendo, preocuparnos por los servicios, querer hacer de nuestra vida un orden mundial mientras que nuestro compañero insiste en vivir como si fuera soltero, tirando sus pantalones en la sala y fumando cigarrillo en el sofá; sin darse cuenta de que así difícilmente podrá sacar adelante una familia.
Luego vienen los hijos, esos chiquillos malcriados que lloran todo el día, pero que son el motor de una relación que día a día se proyecta para sacarlos adelante, pero aun así falla en el intento, pues llevar un matrimonio realmente no es fácil.
Es complicado ver a nuestros padres discutir, y más cuando ya estamos grandes y conscientes de lo que vemos y oímos, y en ocasiones hasta terminamos por enterarnos de cosas que nunca antes imaginamos… Y odiamos. Odiamos a mamá por rencorosa, a papá por traidor y a veces por mentiroso; odiamos sus peleas, odiamos el mundo sin imaginar que cada quien ha escondido verdades por miedo a lastimarnos.
Si tus padres pelean mucho, no los juzgues, mejor trata de escucharlos y entenderlos. No seas la razón para que ellos continúen siendo infelices, ahora que estás grande y entiendes aconséjalos para que hagan lo correcto, finalmente se merecen ser felices.
Jamás señales los errores de tus padres, pues nadie puede juzgar las vidas ajenas, algún día tendrás tu propio hogar y sabrás que no siempre seguir al lado de tu pareja es la mejor solución. Apoyalos en lo que decidan hacer por sus vidas y den gracias por haberlos tenido, pues juntos o separados siempre serán tus padres y te amarán por el resto de su existencia.