«No eres mi hija, tampoco la de mi hermana, es decir que no nos une la sangre, pero eres mi ahijada y nos une el lazo más fuerte del mundo, el del amor.
Cuando supe que llegarías al mundo no sabía la magnitud de esta noticia, y a decir verdad jamás pensé que serías tan importante en mi vida, sin embargo, seguí paso a paso tu crecimiento, hasta que por fin llegó el día en que pasaste a ser un ángel de cielo para convertirte en mi regalo en la tierra. En el momento en que vi tus ojos, esos hermosos y especiales ojos, sentí que algo se movió dentro de mí y desde ese momento supe que eras especial, no por ser la hija de mi mejor amiga, sino por el hecho de haber llegado en el mejor momento.
Pasó el tiempo y fuiste creciendo… No a mi lado pero si muy cerca, pues aunque no pueda estar pendiente las 24 horas del día siempre pienso en tí y creo que lo sabes, pues nunca me haz dejado de mirar con la misma ternura, dulzura e inocencia del primer día, y eso me hace saber que sientes todo lo que te quiero y me correspondes de la misma manera.
Vivo orgullosa de ti, porque aunque no eres mi hija, eres lo que más se acerca a ella, y estoy segura de que sin importar el día en que me convierta en mamá, tu seguirás siendo mi consentida, mi princesa, mi felicidad… Porque desde que llegaste a mi vida entendí lo que era enamorarse de verdad, conocer en un par de manitos diminutas y en unos ojitos delicados lo que significaba estar viva.
Mi pequeña, doy gracias a Dios por ti, y a tu mamá por haberme escogido como tu madrina, pues quizá sin ni siquiera imaginarlo me ha hecho muy feliz. Tener una ahijada no es que sea lo único emocionante de mi vida, pero si mi más grande y hermosa bendición. Te amo Princesa Mía.»