«Era un día como cualquiera y yo soñadora como siempre… Entré por esa puerta, y él estaba ahí, como si el destino estuviera empeñado en juntarnos porque cuando me vio no quitó su mirada de mis ojos y de repente desató una hermosa sonrisa, una sonrisa por mi. Unos cuantos años mayor que yo, realmente 15 para ser exactos, con un futuro según mi visión ya resuelto, con unas metas ya cumplidas y para mi tristeza también una familia ya conformada, una familia que según sus palabras no pasaba por el mejor momento.
Empezamos a salir, él empezó a coquetear como solo lo saben hacer aquellos que por sus canas ya conocen de la experiencia y eso me encantaba, sin darme cuenta cada día que pasaba era una emoción nueva, una sonrisa nueva, un lindo pensamiento cada mañana, tanto así que olvidé por unos instantes que aquel hombre no era solo mio, sino que tenía una esposa, unos hijos y un hogar que independientemente de la situación lo esperaban cada noche al llegar a casa mientras yo solo podía esperar de él un tiempo fuera de su cotidianeidad, una mentira para su mujer para verse conmigo, unos te quiero que a decir verdad no sabía si también eran fingidos.
Pasaron varios meses, y las cosas se fueron saliendo de control, ya no estaba en mis manos decidir si quería verlo o no, sino que se había convertido en una necesidad… Esperar que él llamara ya no era emocionante, yo quería también llamarle, quería sacar una cita para verle, quería sentirle, sentirle siempre. Las cosas se salieron de mi corazón, y salieron por mi boca, pues un día sin más ni menos le dije: «Te Amo».
Nadie manda en lo que sentimos, y mucho menos cuando nos fijamos en el hombre equivocado. Solo quien ha vivido un amor infiel sabe que no es planeado, solamente sentido… Desde aquel día ya han pasado varios años y él jamás ha querido abandonar su hogar por mi, aún cuando le he dado lo mejor de mi vida. Sin darme cuenta en que momento me convertí en lo que siempre había odiado, hoy puedo decir que sin quererlo, sin buscarlo ahora simplemente soy su amante.»
