Hoy estamos, sonreímos, abrazamos a nuestros seres queridos o simplemente nos encerramos en nuestra habitación a ver como pasa el tiempo por un ladito de nosotros, y no nos damos cuenta de tan valioso regalo que se nos ha entregado, el regalo de la vida. Diariamente desperdiciamos valiosos momentos por nada, por quedarnos durmiendo en casa o por salir de fiesta ignoramos las cosas de nuestro rededor que realmente son importantes, como pasar un cumpleaños en familia, una navidad bajo el árbol o un 31 de diciembre contando los 5 segundos restantes para que termine el año…
Sin embargo, nos acostumbramos tanto a este ritmo de vida, en el que ignoramos todo lo que sucede a nuestro rededor que llega el momento en donde el destino se encarga de sacudirnos y mostrarnos la verdadera realidad, esa con la que tropezamos en el intento de salir a abrazar a los que tanto amamos, esa que infortunadamente hemos rechazado una y otra vez y ahora que estamos dispuestos a rescatarla es demasiado tarde.
A pesar de que mucha gente dice que nunca es tarde para cambiar el rumbo de nuestras vidas, se equivocan, si hay un momento en el que llegas tarde y es cuando la vida se ha agotado, bien sea la propia o la de aquellos que tanto queremos, pues tristemente no somos para siempre y lo que no se hace hoy, quizá mañana ya no se pueda hacer… Los momentos más valiosos son aquellos en los que no necesitamos de dinero para demostrarle a quien está a nuestro lado lo importante que puede llegar a ser para nosotros, no esperemos que llegue el día en que mamá envejezca y enferme o en el que papá deje de pararse de la cama para ir un rato a conversar, para decirles lo agradecidas que nos sentimos con ellos por el regalo de la vida, para expresarles nuestro apoyo en el momento en que nos necesiten.
La ocasión perfecta para dar gracias a Dios y a nuestra familia es cada mañana, cuando abrimos los ojos y podemos apreciar como sale el sol, ese, ese es el momento ideal para dar un abrazo de cuerpo que sea tan fuerte que alcance a cubrirnos el alma.